La vida da las previsibles raciones de espanto.
Da la impresión de que se cuida a veces de no excederse,
de no permitir que todo inexorablemente sucumba
sin antes habernos hecho sentir la fascinación,
el asombro, algún escorado júbilo, necesario y modesto,
que justifique el trayecto y anuncie, con voz clara,
en letra bien legible, con vehemencia limpia,
la rara joya que los días ofrecen
para distraernos del hosco desenlace,
del súbito sueño que, ominoso, estalla.
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