12.10.23

Hay un bosque

 A un mundo roto se le cubre con otro hasta que el primero no se ve por las capas que lo ocultan. Ninguno dura lo suficiente como para preocuparse mucho, ninguno deja huella, ninguno se precave del venidero, ninguno al final importa. Escuchamos las bombas, de qué podríamos hablar hoy, me pregunto, como quien escucha la inminencia lejana de una tormenta y sabe que durará poco y otra la reemplazará. Ya no miramos la tormenta, ya no cerramos las ventanas y echamos la llave a la puerta, ya no rezamos para que amaine, ni contemplamos la devastación cuando se aleja.  El de hoy es un paisaje renovado sin tiento ni esmero. Un mapa de un mapa. Humo que oculta el fuego. Una mancha con otra se tapa. Al muerto se le cubre con otro muerto. Como un palimpsesto cruel. Las piedras sirven para no dejar ver las demás piedras. La tierra improvisa una lápida. Le crece, ajena, la hierba y la pisan, locas, las bestias. Las palabras rescinden su compromiso con la verdad. El lenguaje se confía al ruido, el ruido al antiguo oleaje de las aguas sordas que todo lo hunden. Ahí abajo, en lo que no se dice, persevera el ciego cuento de siempre, el de los bárbaros que aman la ceniza, el de los agitadores que obedecen al caos. Caos, ceniza. La sangre que se vierte escribe los panegíricos. Las lágrimas olvidan su vocación de ternura y de abrazo. Nadie llora, nadie mira, nadie siente. Festejamos la memoria y las raíces, contamos las batallas y los muertos, pero al árbol común (un país, una civilización, una casa compartida) lo talan, lo queman, lo ignoran. Una vez que el árbol ha iniciado su caída hay poco tiempo para desocupar la tierra en la que se desplomará. A veces ninguno. Es la misma huérfana plegaria de siempre, es la herrumbre acostumbrada, es el cielo menos azul con su esperanza cobijada en algunas pequeñas nubes, con su verdad sin abrir, con su franca belleza de madre. Así no lo quebrado que cunde, sino lo limpio y lo entero que se iza. Hemos perdido la lentitud, hemos perdido la soledad. Lo lento, lo solo. Canta la calandria, el mirlo escucha ese arrullo al romper el día en lo hondo del bosque. Hay un bosque. 



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