Llueve con avaricia,
llueve como si no hubiese otra
cosa que lluvia,
llueve a conciencia, llueve hacia
dentro,
llueve con vocación avara.
El cielo cae sobre nuestras
cabezas, a plomo,
sin otro alarde que el peso
antiguo de su extensión infinita.
La tierra está cumplida de agua.
Se multiplica el agua en el agua.
El barro invade el himno
primordial del aire.
Asciende como un pájaro al que
hemos permitido el vuelo
y desafina en un cascabel
lujurioso de brincos
hacia las nubes perfectas.
Gris el cielo en la bóveda del
universo,
sin lustre, sin alegría.
Asombra esta tozuda verdad
líquida.
Cansa y aturde.
Persevera el cansancio y se hace
rutina.
Llueve como una advertencia.
Ya se sabe que el apocalipsis
es una metáfora del miedo a que
exista Dios
o a que definitivamente no exista
en absoluto.
Porque la lluvia la escribe un
dios caprichoso y rudimentario.
Un dios como una incertidumbre
metafísica.
Un dios invertebrado, un dios
loco, un dios soberbio.
Tiene la lluvia un misterio de
dios invertebrado, loco, soberbio.
Llover es un poema de uno de esos
dioses
a los que nunca miramos a la cara,
pero a los que ofrecemos plegarias
y levantamos,
en la oscuridad de los templos,
altares imposibles.
Llueve con avaricia,
como si hubiese otra cosa que
lluvia.
A conciencia. Hacia adentro.
Con vocación avara.
Uno busca palabras grandes que
expliquen esta lluvia
febril que nos niega la luz.
Uno urde alquimias, se abastece de
pudor
y mira al cielo sin afecto.
El demonio del agua funda
catedrales en el pensamiento.
Vastas catedrales de agua hecha ciego
cántico.
Ebrio de asombro, pequeño y
extraño,
miro el milagro de la lluvia desde
la ventana.
El cielo se desploma.
Lleva toda la vida el agua cayendo
sin misericordia sobre el mundo.
La tierra es un espejo del cielo.
Las palabras están mojadas.
Los gestos, mojados.
Los ojos, de tanto mirar agua,
parecen nubes.
El corazón también sufre el severo
aviso del cielo.
Duele el corazón y se pone triste
al advertir
que no lo atraviesa la dicha
ni el gozo de la carne ni el de
las palabras.
Llueve como si no hubiese pasado
otra cosa
desde que el mundo es mundo,
y solo hubiésemos tenido lluvia.
Los campos están angustiados.
Se les ve la angustia desde
lejos.
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