15.12.22

349/365 Safo de Lesbos



 I

Brilla la luna. 

Sobrecoge el esplendor de su plata.

Oh, musas, concededme que sepa nombrar

la verdad de ese regocijo y mis palabras

ciñan un trono de pétalos 

para las nupcias de la tierra y del aire.

 

II

Cae la manzana de la copa 

en la que maduraba

como un himen 

sin dedo que lo roce

ni semilla que lo invite 

al incienso puro de la carne

deshecha  en pálidos fuegos. 

Un néctar de rosas

lo torna fragante 

para que los amantes muerdan

el fruto intacto con labios nuevos. 

Ese dulce asomo de pureza 

en el pecho de la novia

invita a que se reten 

los hombres y lo violente

el de belleza más entera, 

cabal y resuelta. 

La tormenta abate un árbol 

y mi corazón se estremece

cuando se el ruido del cielo 

se aleja y nadie conoce 

el dolor de la tierra.

 

III

El amor, ya lo sabéis, 

ese veneno irresistible y agridulce,

habré escrito en un poema.

Contempladlo cuando se pavonea 

en los jardines, tomando de la mano

a quien le place, como un juego. 

Aprended a recitar su canto.

Abrid el pecho y colocad

en su centro el miedo.

Dejad que se abisme 

y no lo volváis a mirar nunca.

Tenedlo adentro, 

oíd cómo gime.

Arrojad lejos la tristeza.

Nunca en adelante 

os penetrará el dolor.

Seréis inmortales, seréis amados. 

 

IV

Las golondrinas, 

hijas del Rey Pandión,

han traído noticias oscuras.

Dicen que moriré 

cuando partan. 

 

V

Para que seas buena y amable conmigo,

deberás usar el vestido blanco crema

cuando me visites, Gongyla.

Tú, mi jinete, mi mujer de oro, 

arcilla loca que en mis manos 

crece como la niebla

en las calles del silencio.

 

VI

Ah, la aflicción, 

el peso duro de la espera,

toda la próspera certeza de que no ocuparás     de nuevo mi lecho. 

 

VII

El clamor de mi voz, 

allá en la luz más pura,

reclama quien la acune 

y en leve aleteo

surca el aire y me deja a mí, 

temblando,

dulcemente ocupada 

por el aliento de los dioses,

uncidos al fuego del amor 

que en incierto zumbido

con su lengua me recorre. 

No hay comentarios:

Comparecencia de la gracia

  Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...