“Así que todos dicen que soy un genio, pero tú, pequeña larva acuática, tienes más sentido común. Me torturan los más increíbles sueños sexuales que giran en torno a ti y a un gran sujetador 2E que habla ruso”
(Carta de Woody Allen a Diane Keaton)
“Un tipo va al psiquiatra y le dice: ‘Doctor, mi hermano está loco. Se cree que es una gallina’. El doctor le responde: ‘Ingréselo’. Y él contesta: ‘Lo haría, pero necesito los huevos”.
(Diálogo de Annie Hall)
Uno viste a veces sin esmero, ocupa el cuerpo con la ropa que lo cubre, no privilegia una sobre otra, fía al azar la armonía de los colores o la compositora de las prendas ; en todo caso, desestima más que elige. Triunfa la impertinencia de un abrigo y le concede a otro la representación de una estética. Hay quien se desmadra y quien se ajusta a un canon. También quien le atribuye a su vestimenta la consideración que no se asigna a sí mismo. Se cuida más la apariencia que el interior, podríamos decir. Annie Hall, una Diane Keaton en absoluto estado de gracia, es muchas cosas todavía, pero sin entrar en materia narrativa, en los conflictos de la más que original pareja protagonista, una que perdura es el vestuario de la actriz, que no fue impuesto, sino sacado del propio armario, como si no hubiese actuación y Annie Hall, el papel escrito por Woody Allen, fuese la propia Keaton. De hecho la realidad es una trama no registrada, confiada al azar, en la que la ropa, la verosímil y la excéntrica, la medida y sopesada, contribuye como un ingrediente más. Annie Hall es también mi pequeño tesoro de personaje entrañable, locuaz, divertido. Su amor con Alvy Singer es sintáctico, semántico, subordinado y metalingüístico. Son las palabras las que los mantienen a flote. También intervienen en ese romance la neurosis, las arañas en el baño, la langosta hervida, la sencilla constatación de que la vida debería ser más parecida a la ficción, el prestigio de la inteligencia incluso cuando de lo que se habla es de amor. Viste con unos pantalones anchos, una corbata escandalosa y un sombrero inesperado. Conduce un Volkswagen escarabajo. Recuerdo que siempre quise tener uno. Toda la tristeza de ese amor, el de Annie por Alvy, es la tristeza del amor mismo. Como una comedia romántica que ves en una sala oscura y que no sale nunca de tu cabeza.
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