A Miguel Cobo Rosa
Si acercan el oído a la fotografía se escucha Summertime cantado por Louis y por Ella. Les juro que he puesto toda la fe del mundo en el empeño y me han salido de la negritud de la foto palabras sueltas (... and the living is easy...) y hasta una trompeta descarrilando notas en ese aire negro y puro. Decía Woody Allen que la única fidelidad que iba quedando era la de los equipos de música. Los de alta gama. Esta fotografía es de una gama altísima. No precisa una restitución audiófila, uno de esos aparatos descomunales que reproducen hasta el zumbido de una mosca que se cruce en el juego de micrófonos del estudio de grabación. A nosotros, los feligreses, nos interesa el alma. Está ahí, precisa, cómplice, pidiendo que se obre el prodigio de la belleza. Louis y Ella ya la han empezado. Si acercan un poco más la cabeza a la pantalla podrán escucharlos. ¿Oyen ya? Cuidado, no vayan a distraerles. Cierren los ojos. No hagan que se malogre por no haber realizado el esfuerzo suficiente. Tengan fe. Si a la primera no lo consiguen, no desistan. Si un variado número de intentos no dan resultado es que no escuchan la música invisible, pero les aguarda. Yo mismo soy incapaz de escuchar cosas que otros, más en sintonía, registran sin aparente trabajo. Uno, al fin y al cabo, sólo escucha la música invisible que quiere. Para casi todo en esta vida hace falta una brizna de asombro, un hilo de extrañeza. Una vez extrañados, embutidos en ese traje fantástico, el corazón está razonablemente capacitado para escuchar la música invisible, el latido más diminuto de las cosas. Como siga así me sale un texto de un Coehlo cualquiera. Lo de elegir Summertime tiene su devoto destinatario.
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