Se envejece a diario. Va el cuerpo convidándose de lentitud y de achaques. El cansancio dicta la realidad a su tornadizo antojo y hasta el paisaje se aleja y se torna un obstáculo. No se sabe de lo que no se conoce, pero cada edad tiene su vejez anticipada, su arresto de pérdida en algo, aunque sea el flojear de la vista o la pesada carga de la espalda, que se comba y se entrega a dolores que antaño ni nombre tenían. Envejecer al lado de la persona con quien has recorrido el camino no asegura que se culmine en esa compañía, pero qué digna la estampa de los ancianos, qué enseñanza a cualquiera que los mire desde abajo, sin haber todavía pisado el largo hollar de ese camino que cada uno recorre como puede. Del amor nadie sale indemne. El deterioro que impone el cuerpo no afecta al fulgor de la travesía compartida. Fulge y duele, resplandece y torna gris, aunque fulja de nuevo y resplandezca otra vez. Es un libro que empieza justo cuando está acabando, una especie de trama infinita que, las más de las veces, acaba cuando la misma vida acaba. No hay siempre un trecho dulce, ni todos los días son de bonanza. Los hay quejumbrosos e incluso suceden arrimados a los que ilumina la dicha. Es amor tras el amor, júbilo completo una vez que se ha creído que no podría haber más júbilo ni que sea más completo. Se envejece a diario, no hay día en que el cuerpo no se entenebrezca o clausure algún vigor suyo en la que se confiaba. Hay veces en que una pereza grande nos ocupa y se atribuye a razones peregrinas. Es la edad, querido amigo, me comentó J. el otro día. Ella es la que escribe, aunque el escritor seas tú. No es una consecuencia de algo que hayas hecho y que te haya derrotado. Es la edad, remachó con una pequeña risa como adorno semántico. No le contradije, no era conveniente, aunque bien podría llevar razón. El entusiasmo ciego de antaño (tan valiente, tan atrevido) es ahora luz que se pesa y se mide, no vaya a ser que marre por hacer bien los cálculos, por no contar con uno mismo como siempre se hizo. No se da puntada sin hilo, habría dicho mi abuela. En el hoy que no es el previsto mañana todavía hay entusiasmo, hay vértigo, hay fiebre, pero enternece (poca cosa es la ternura, es otra la emoción) la fotografía de la que no conozco autor. Habría visto amor ese autor desconocido. Amor después del amor o mientras el amor todavía sucede, quién sabe si con el brillo con el que no se exhibió antes. Como un largo paseo que se hace paisaje. Como un triunfo de la lealtad y de la confianza.
29.6.21
El amor después del amor
Se envejece a diario. Va el cuerpo convidándose de lentitud y de achaques. El cansancio dicta la realidad a su tornadizo antojo y hasta el paisaje se aleja y se torna un obstáculo. No se sabe de lo que no se conoce, pero cada edad tiene su vejez anticipada, su arresto de pérdida en algo, aunque sea el flojear de la vista o la pesada carga de la espalda, que se comba y se entrega a dolores que antaño ni nombre tenían. Envejecer al lado de la persona con quien has recorrido el camino no asegura que se culmine en esa compañía, pero qué digna la estampa de los ancianos, qué enseñanza a cualquiera que los mire desde abajo, sin haber todavía pisado el largo hollar de ese camino que cada uno recorre como puede. Del amor nadie sale indemne. El deterioro que impone el cuerpo no afecta al fulgor de la travesía compartida. Fulge y duele, resplandece y torna gris, aunque fulja de nuevo y resplandezca otra vez. Es un libro que empieza justo cuando está acabando, una especie de trama infinita que, las más de las veces, acaba cuando la misma vida acaba. No hay siempre un trecho dulce, ni todos los días son de bonanza. Los hay quejumbrosos e incluso suceden arrimados a los que ilumina la dicha. Es amor tras el amor, júbilo completo una vez que se ha creído que no podría haber más júbilo ni que sea más completo. Se envejece a diario, no hay día en que el cuerpo no se entenebrezca o clausure algún vigor suyo en la que se confiaba. Hay veces en que una pereza grande nos ocupa y se atribuye a razones peregrinas. Es la edad, querido amigo, me comentó J. el otro día. Ella es la que escribe, aunque el escritor seas tú. No es una consecuencia de algo que hayas hecho y que te haya derrotado. Es la edad, remachó con una pequeña risa como adorno semántico. No le contradije, no era conveniente, aunque bien podría llevar razón. El entusiasmo ciego de antaño (tan valiente, tan atrevido) es ahora luz que se pesa y se mide, no vaya a ser que marre por hacer bien los cálculos, por no contar con uno mismo como siempre se hizo. No se da puntada sin hilo, habría dicho mi abuela. En el hoy que no es el previsto mañana todavía hay entusiasmo, hay vértigo, hay fiebre, pero enternece (poca cosa es la ternura, es otra la emoción) la fotografía de la que no conozco autor. Habría visto amor ese autor desconocido. Amor después del amor o mientras el amor todavía sucede, quién sabe si con el brillo con el que no se exhibió antes. Como un largo paseo que se hace paisaje. Como un triunfo de la lealtad y de la confianza.
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