Parar a tiempo. Mejor ahora que más tarde, dijeron, eran dos los que dieron en coincidir en la sentencia. Esa música tenía: la de máxima, con su voz impostada y hasta su gesto cooperativo. Lo escuché ayer y de pronto me vi pensando en qué habría podido detener yo que, caso de que continuara, me afectara o me rebajara o peligrase cualquier otra consideración favorable de las circunstancias que lo cercan a uno (imprevistas o buscadas) y con las que se maneja para seguir avanzando. Alguna hay, razoné. Cosas que requieren ser censuradas o apartadas o reservadas para mejor ocasión, esto último en previsión de que decidamos volver a ellas, no creer que nos afectarán o rebajarán o harán que peligre algo a lo que no deseamos mal alguno, pero por otra parte, qué sensación de vida completa la que surge de esa zozobra, la de no saber, la de tantear, la de sentirse tentado y convidarse a la incertidumbre y seguir ahí hasta que algo a lo que no sabremos nombrar nos hace recapacitar (qué gris y qué triste a veces ese verbo) y no continuar o ni siquiera empezar algo. Es tan complicado vivir. Tan sencillo también.
19.6.21
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