A Toñi Tirado
Una rueda de salchichón a la que ni siquiera se la ha aplicado un tibio bocado que la menoscabe tirada en el suelo evidencia una anomalía en la historia de alguien o extrañeza en quien la advierte y conversa consigo mismo sobre la naturaleza de su hallazgo y si durará en esa misma posición o la mordisqueará un perro o la tragará al completo o si una columna de metódicas hormigas la conducirá al hormiguero, lo cual hace pensar en si la trocearán previamente o rehusarán con fastidio y la someterán al escrutinio de otros criaturas voraces. Por más que me esforcé, no pude dar con la rueda horas después, en el camino de vuelta a casa. Barajé unas cuantas posibilidades sobre el charcutero destino de la pieza, pero ninguna me satisfizo del todo. Tal vez se descompondría en partes irreconocibles que se mezclarían con otros desechos de la acera hasta que formasen un todo incongruente, al que no sabríamos dar nombre. Me contentó saber que todavía el tiempo no había despojado a la rueda de su salchichón de su apresto heráldico, digamos. Continuaba digna, se exhibía orgullosa, mantenía con visible altanería su antigua condición de vianda. Todo esto sucedió ayer. El hoy gris todavía de viernes (santo él, todo mi afecto a los viernes) no tendrá piedad. Hará su antojadizo capricho. Eché de menos a las hormigas. Igual no entra en su dieta el noble salchichón o éste, en su humilde ofrenda, no era del gusto del fortuito comensal, quién podría saber. La vida es un desacato a la razón.
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