26.6.21

Dietario 141

De las guerras se extrae siempre un sentido épico, arrimado sin pudor a la barbarie y al desquicio, alimentado por la mitología o por las hazañas bélicas de los libros de texto o del cine. No ha dejado de haber guerras desde la época de los sumerios  y van a continuar exhibiendo su brutalidad y su condena del amor y de la inteligencia. Mark Twain dejó escrito que Dios había inventado las guerras para que los norteamericanos aprendiesen geografía. Zanjó así el padre de Tom Sawyer y de su colega Huckleberry Finn las derivaciones filosóficas que urdieron Platón y los pensadores chinos de no sé qué dinastía. La pandemia las ha borrado del mapa. De hecho, ha eliminado una escandalosa (casi promiscua) cantidad de noticias que antaño (el mundo sin el damocles de los contagios) ocupaban el frontispicio mediático. No sabemos qué habrán hecho con ellas. Si no estar ahora, sucediendo como en verdad suceden, querrá decir que no había motivo para que estuviesen antes. Estamos en manos de cinco guionistas. La trama la sirven ellos. Nos la tragamos sin chistas. No nos preocupa que escatimen en las de valor y se empecinen en las frívolas. Las guerras (la de Camerún, la de Siria, la de Etiopía, la de Yemen...) siguen oscureciendo la Historia. Cosa de la geopolítica, creí entender ayer en una tertulia de radio. Contra la idea extendida de que estamos en el mejor de los tiempos, propongo ahora que es justamente al contrario: es el peor. Por seguir enterrando soldados. Por todas las ciegas banderas. Por todos los toscos himnos. Por no haber entendido todavía algunas de las palabras más hermosas de cualquier diccionario, escrito en cualquier lengua, pronunciado por cualquier ciudadano: dignidad, educación, altruismo, belleza. Ninguna de esas construcciones morales ha tenido jamás oportunidad alguna contra la injusticia o la locura o el terror. Fascina más que dos se lían a hostias que se besen. Hasta la contemplación de la violencia está más asentada que la del amor: se prefiere ver un cuerpo roto que un cuerpo desnudo. Uno pasa la censura con más soltura que el otro. Falta tal vez una educación visual. Qué miramos, qué queremos mirar. 

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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.