27.6.21

Dietario 142

Probé ayer a llevar una piedra en el bolsillo. Cogí una sin excesivo apresto de piedra. No pesada, ni tampoco ligera. Tenía el tamaño y la consistencia apropiadas para que tuviese conciencia de su presencia. Conforme avanzó la mañana, sentí la necesidad de escribir algo sobre ella. No sobre la piedra en general, la piedra antigua, la que presenció el albur de los tiempos o la que persiste en el interior de todas las demás piedras como una especie de memoria compartida, sino aquélla cogida sin demasiado esmero del suelo de una calle y alojada en el bolsillo. No fue así después. No quise que fuese así después. Pensaba las palabras y las rehusaba después, hilaba un verso que me parecía prometedor y sacaba el móvil con la intención de apuntarlo. El poema se fue construyendo durante una parte del día. Comprendí que si sacaba la piedra del bolsillo no habría poema, no tendría posibilidad alguna de que algo saliese de ahí. El mismo hecho de que una piedra en el bolsillo conduzca mi actividad mental podría ser considerada una anomalía lo suficiente llamativa como para extraer de ella cualquier otra consideración, incluida la de que escriba poemas en mi cabeza mientras ando o junte unas palabras con otras por ver qué tal suenan, si se abrazan o hasta copulan, por festejar el regocijo intenso de esa sobrevenida unión. Al término del día, cuando volví a casa, saqué la piedra del bolsillo en la que había estado junto a un manojo de llaves. La arrojé a la acera. Tendrá su oscura vocación de verso suelto de un poema mayor al que finalmente no pude dar entera forma. Hubo una tentativa, nada más. No me incomodó que el ingenio o la inspiración o la terquedad diesen con las palabras adecuadas, lograsen conmover el silencio con el volcado del ruido. La poesía es ruido que ocupa la propiedad del silencio. La piedra fue palabra y fue objeto. Duró mientras que ambas ideas congeniaron. Cuando el objeto, la piedra que arrebaté al suelo, dejó de parecerme cosa mía, el poema surgió con pasmosa naturalidad. No tuve que escribirlo: se mantuvo hasta que pude disponer de tiempo y anotarlo. No se corrigió una palabra. Era la piedra la que absurdamente dictó su inútil contenido. Sin título, con lo que me gustan a mí los títulos, el poema quedó así:


La piedra se obstina en su condición tosca de sustancia sin motivo. 

Hoy la tierra es un eco suyo, el de todas las piedras 

que han obedecido la velocidad del invierno 

y se han acogido al rigor lento del verano. 

Es de piedra o de veneno el tiempo. Cántico y ofrenda. 

Luz que agoniza en la piedra, piedra que agoniza en la luz. 



1 comentario:

eli mendez dijo...

Me llevo este pensamiento."La poesía es ruido que ocupa la propiedad del silencio. La piedra fue palabra y fue objeto. Duró mientras que ambas ideas congeniaron. .."
y la exquisitez del resultado..
Un abrazo y muy buen inicio de semana!

La gris línea recta

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