Walter Benjamin escribió sobre Baudelaire que era el único poeta capaz de ver al muerto desde adentro. Él era, en cierto modo, el objeto de la pesadumbre, no el que la observa: un poeta al que se le facultó para que viese la realidad desde el interior, pero es probable (me dice K.) que ésa sea la vía más certera para desentrañarla. Curiosa la expresión: proviene de las tripas mismas, como si la realidad fuese un ser vivo, uno tangible y dotado de órganos que están abocados a enfermar y a morir. De esa acepción rota del arte nace un modo de escribir que descree de la belleza o que la reformula. La muerte es un elemento de la trama, ni siquiera su clausura. Leído anoche otra vez Baudelaire sigue pareciéndome duro, como antaño, cuando abrí Las flores de mal por primera vez y sentí un trastorno, el primero (creo que sí) que provino de un libro. A Baudelaire se le tiene que leer de joven, pero también en la edad adulta en la que uno está ya al tanto de casi todo y sabe qué olor tiene el dolor y con qué familiar apostura se exhibe cuando se le antoja. Vivir es dolor y es dolerse, pero la poesía (la de Baudelaire con más empeño, más profesional) hurga y saca lo que oprime o, llegado el caso, arrima el dolor al objeto que no lo padece y se pavonea por ahí adentro. Ahí los abismos amargos, los pétalos pútridos, el aire enfermo, el beso oscuro. Pero también la fragancia de la luz, su esplendor, la sensación de que todo está a medio hacer y el poeta, el pobre Baudelaire, hizo constar su hastío, pero nunca la claudicación. Gana la belleza, por más que irrumpa la enfermedad, es ella la que lo vence.
14.6.21
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1 comentario:
Encantada con este articulo que nos dejas hoy.. Que cierto!
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