13.4.24

Ser uno, ser todos, ser nadie

 Da miedo pensar que se acaba muriendo uno sin haber sido el coronel Kurtz en el Mekong, Paul enjabonando a Jeanne en un apartamento sin muebles en el París nihilista de los setenta, Borges en las ruinas circulares, Cortázar con un gato escuchando jazz, Pedro Páramo en su pueblo de muertos, Peter Parker besando a Gwen, Sam Spade mirando al halcón maltés, Paul McCartney cantando Yesterday, T.S. Eliot cerrando un cuarteto, Bill Evans componiendo una pieza para su Debby, Poe declarando su amor a la dulce Annabel Lee, Miles Davis al arrancar So what, George Bailey en Bedford Falls, Dorothy en el camino de las baldosas amarillas, B.B. King hablando a Lucille por primera vez, Kubrick eligiendo a Strauss  para ponerle música al cosmos, Samsa despertándose en un apartamento en Praga, Jimmy Page en el solo de Stairway to heaven, Alicia cuando vio en el fondo de un sombrero a Lewis Carroll.


No habiendo sido ninguno de ellos, ser en cambio uno mismo a diario, no poder ejercer de otro, no ya de los de antes, los de los momentos estelares de la humanidad y los de las mitologías de los dioses, sino los ofrecidos por el azar, los transeúntes, los que te miran en el parque, los sencillamente concernidos a amar, los que se ponen detrás tuya en una cola del supermercado, los que ponen la gorra en la avenida para sacar unas monedas, los que detentan las responsabilidades y los que las desoyen, los que sostienen el mundo sin percatarse; ser todos ellos el tiempo suficiente como para prever lo que hacen y pasear las calles y dormir en su cabeza por saber qué sueñan. Quizá seamos iguales ahí, en los sueños. Iguales de un modo prosaico. Y caigamos en los mismos agujeros y elevemos idénticas cumbres. Pero de pronto anoche, a poco de caer vencido por el bendito sueño, pensé en qué pasaría si me levantase siendo otro. Si me sentiría a gusto en la piel bajo la que me aloje y si ese pensar opuesto - pongamos que no sea mío y difiera e incluso difiera mucho - me gustara y no desease volver al lugar inicial, al yo habitual, al que escribe casi todas las mañanas cuando se despierta o el que escucha jazz en los cascos blancos del móvil cuando pasea las calles (esa costumbre maravillosa, la de pasear las calles) o el que entretiene su vigilia pensando en el porvenir o en su desacato. Será que la veo pobre. Será que no sé vivir sin contarme el mundo que me ofrecen, aunque hoy esté de nuevo bajo estrictas condiciones de vigilancia. 

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