Ni morir permanece. Hay muertos que ni lo parecen. Su estancia en la nada inmutable no conmueve. La memoria de los vivos declina contenerlos con mayor desempeño que cuando estaban vivos. Uno mismo se cree muerto a veces cuando no posee fiable desempeño de su trasiego por la realidad, que es una sustancia huidiza y frágil. Convendría precaverse contra lo ominoso, cuidar de que lo que lastima no afecte ni merme la voluntad de vivir. Tal vez valdría saber conducirse por la flaqueza de la carne, ese perecedero envoltorio que fragua el oficio del espíritu. Así que la invito de buena gana a que se avenga a no importunarme más de la cuenta, intimo con ella, la acuesto conmigo y vamos los dos muriendo dentro de la mentira como si fuésemos palabra y de palabra únicamente viviésemos.
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