La noche, vista por la ventana, en el confort de esta habitación, muda vigía, conforta, alivia, hace pensar que el mundo de afuera está bien y está en calma. No es cierta ninguna de esas cosas. Mentimos para contar mejor la verdad, decimos las palabras que nos parecen mejores por ver si alguna explica de una vez por todas qué hacemos en el mundo, cómo sería posible estar en el mundo sin que nos duela esa estancia o sin que vivir sea siempre un riesgo y un abismo, un vértigo y también una fiebre. Contra la voluntad de hacer que reine el día, yo reclamo la noche, la esgrimo sin pudor, la reservo adentro por si me falta, por si un día no acude y me veo en el desamparo de la luz, que es hermosa, pero no me conforta, ni me alivia, ni conduce mi alma, si es que está, si es que anda ahí, pendiente de mis cosas, madre, madre perfecta y terrible. Está aplazada la realidad, la tengo a recaudo, por volver, por desear volver, dijo el poeta. La poesía tiene estas cosas; viene en tu busca cuando hay un roto. Al poeta, en cuanto se le abre una costura, le vienen en tropel las palabras, le sobreviene un poema: sin que lo pida, llega, en tromba o en fragmentos, limpio o bien sucio, da lo mismo, pero he aquí el poema y la sensación de que todo puede volver a su estado sobrio, a su locura cartesiana y medible.
Igual que el pájaro se desampara en su vuelo, contaba Gelman, el poeta se desquicia en su palabra. No hay forma de contar cómo se produce ese desahucio, Ni siquiera habiendo escrito un poema; no creo que todos los poetas sientan la punzada en el costado, el dolor en la punta misma de la lengua. En días grises, días en los que el sol buenamente ilumina y hace que estalle la luz en las paredes, pero grises en el fondo, es cuando acude la inspiración, K. Tú lo sabes, lo hemos hablado muchas veces, las suficientes, alguna más habrá, Se escribe para muchas cosas, pero una de ellas - no sé si una muy relevante - es para que el escritor encuentre un refugio. Por eso el desamparo, de ahí el desquicio cuando van saliendo las palabras y uno aprecia que está llegando a ese lugar ansiado.
Se escribe para contar el mundo, pero tal vez el mundo propio, el doméstico, el íntimo y guardado; no hay otro al que se le dispensen más atenciones, ni otro que nos incumba más hondamente. Será verdad que toda literatura, la buena y la mala, es un airear lo privado, un contarse, un darse sin brida ni freno, como si abriésemos la puerta de la casa y dejásemos que entrasen, en tropel también, muy a su aire, a quienes pasan a posta o por casualidad y de pronto se sienten ocupados por la curiosidad y desean entrar y ver y saber y comprender un poco al otro por ver si así se acaban entendiendo ellos mejor. Es un poco eso: un pacto, un acuerdo no hablado para que el mundo gire y gire a nuestro antojo. Andamos buscando llaves porque las puertas son muchas y suelen estar cerradas.
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