Fotografía: Vivien Maier, 1960
Se lee también para cancelar la realidad rigurosa. La reemplazamos con cualquier otra que nos permita concedernos una tregua. La de los libros es una tregua ficticia porque un libro nos hace ir a otro y entra en lo razonable que exista un laberinto del que no tenemos interés en dar con la salida. He acabado por comprender que la lectura es un pulmón o son dos pulmones o son cien que dan al corazón una razón para que no ceje en su ciega percusión. No me entiendo sin leer, tampoco sin escribir. No me jacto de lo leído, sino de lo por leer, por lo que me queda por escribir, aunque a veces me canso y se me ocurre abandonar esa rutina y ocuparla con otros menesteres. Luego pienso que no sabré vivir sin las palabras que con extraordinaria insistencia me codician y me obligan a que las vuelque o que sean volcadas en mí. Son ellas las que dicen de mí lo que yo no sabría. La cosa es explicarse uno mismo. Me imagino viejito y cochambroso con un libro en las manos. Me vale un sombrero, me vale un periódico.
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