Sentado, cerrados los ojos, en un apartado jardín, sin el estorbo del ruido ni de la memoria, Buda consiguió la iluminación. Quiero decir que accedió a la luz (o que permitió que la luz le invadiese) sin que ninguna claridad exterior certera lo bañara. No es la luz de verdad a la que aspiraba Buda, sino otra, menos tangible, si eso es posible, de un peso más etéreo o incluso sin que haya peso alguno que la tase. Así uno desea ser iluminado, sin otra injerencia que la de las metáforas. Ellas nos conducirán. La luz es un metáfora de otra cosa. El objeto al que aluden es sutil y es frágil y a veces únicamente cerrando los ojos, negando la misma luz, se accede plenipotenciariamente a él.
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