28.8.24

Todas las noches dulces

 



Para Luis Felipe Comendador

Encuentro consuelo en cosas sencillas, en lo que en apariencia parece frugal o de poco asiento. Las otras, las cosas complicadas, no sirven. Es en lo frágil donde todo adquiere sentido y se ensambla lo fragmentado, todo lo que se muestra deshilvanadamente, sin gobierno que lo ajuste,  ajeno a cualquier disciplina o concierto. La felicidad reside en la habilidad que se tenga para juntar esas piezas separadas. Porque tienden a separarse. Partimos de esa certeza inconmovible. Que andamos a diario juntando pedazos, los acarreamos con paciencia y los ensamblamos en la cabeza. No conciliamos el sueño cuando alguno ha quedado desmadejado. Las veces en que nos desvelamos en mitad de la noche  es porque una pieza, una pequeña o de tamaño considerable, viene a ser lo mismo, no está ajustada a las otras, pero ah, esas noches en las que se concilia el sueño con absoluta felicidad y se duerme como si de verdad todo tuviese sentido y el día por venir nos cortejara con sus zalamerías nada más abrir los ojos. A Luis Felipe le corteja el numen. Tendrá que ser así. No se entiende de otra manera. Coge su cuaderno y dibuja o manuscribe unos versos o sanciona la dureza del mundo en esa prosa cruda y sanguínea que a veces toma como paradójico bálsamo para aminorar el dolor de lo que no comprende o precisamente para que no se vaya y pueda continuar lidiando con él. Esa será la evidencia de que está sensible y no ha perdido la capacidad de explicar lo inefable y de explicárnoslo a nosotros. Y dormirá a conciencia y todos los ángeles le susurraran las grandes palabras. Las tecleará en su Mac viejo y generoso mientras el Zippo enciende un Winston. El humo del tabaco no lo comprende quien no fuma. Hay que ser poeta para ver las costuras del aire. Bendita la eclosión de lo salvífico y lo laudánico, eso escribió hace unos días. Y uno que lo festeja en la distancia con colmo de gratitud. 







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