24.8.24
Historietas de Sócrates y Mochuelo / La cabeza sin pájaros
Mi abuela decía que había gente a la que le molestaba hasta las ventosidades que expelían, lo dejo aquí con la mayor de las prudencias semánticas, aunque apuesto a que ella ignoraba el sustantivo fino y atrochaba con el más vulgar y explícito pedo, que en Andalucía (no solo aquí) omite la segunda vocal para emparejar la restitución fonética con el ruido producido cuando esa necesidad intestinal se airea. Mochuelo se las apaña sin que le urja hacer vida social, alternar, ver y ser visto, saber de unos y que los demás sepan de él, querer o que le quieran. Qué necesidad habrá. A lo sumo, acepta que Sócrates le ponga a pensar y, en ciertos casos, que de esa sesera suya puesta a funcionar surja alguna evidencia de que bajo el pecho le late algo parecido a un corazoncito. Es de preferir lo suyo solo, de no caer en las costumbres de Sócrates, que son siempre un festejo de la dialéctica. El hombre necesita del hombre para medrar en su ser, pero he aquí a quien no le satisface un igual que lo cuestione o hasta inspire. Su propósito es singular y arcano, su soledad ensimismada le basta. A veces consiente que Sócrates le distraiga. Nada que lo marque ni predisponga a redoblar esa costumbre. Ahora estará pensando. Un pájaro le ha hecho ver lo arisco de su naturaleza.
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