Mochuelo está resuelto a vindicarse. Tiene con qué urdir su plan, sabe de los instrumentos para alcanzar el éxito, no se va arredrar cuando se comprometa su empresa, hará cuanto esté en su mano, se elevará si los obstáculos precipitan el fracaso, convocará la inspiración, apretará los dientes, desoirá las admonición del cansancio, imaginará los frutos de su hazaña mientras se conjura infatigablemente en el desempeño del trabajo precisado, pero no hay tal liza, no se convocó a ningún contendiente, nadie le reta, el campo de batalla es un simulacro, una impostación, una mentira. Mochuelo no dirime en el juego ninguna rivalidad, tampoco persigue vencer: ya se sabe triunfador. Su única jugada maestra es rebajar la competencia del juego mismo y erigirse ganador. Sócrates no podrá replicar, carece de mando en la partida, ha sido elegido para que formule una pregunta y Mochuelo esgrima maliciosamente una respuesta. Lo siento, es mi carácter, dirá cuando se le reclame una justificación.
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Amy
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