27.8.24

Historietas de Sócrates y Mochuelo/ Embriagarse

 



 Es cierto que se puede uno embriagar con la sutilidad del aire al tocar la copa de unos árboles o en la contemplación de un paisaje al que se le concede la atención que no se suele, adquirir un tipo de euforia que nos impele a mirar de otro modo o a expresar la naturaleza de lo mirado con una locuacidad etérea, como de ángel al que se le ha permitido intimar con los hombres y parecer que es uno de ellos. Sócrates bebe para que todo fluya sin concierto en su cabeza o para que la gobierne otro, no él, alguien a mano que lo manumita de sí mismo unos instantes o para que quien asiste a su algarabía etílica desee que vuelva a su ser. Qué será eso, cuál ser será el representado en nuestra comparecencia en el mundo. Mochuelo no entiende nada. No sabe de ángeles ni de aire acariciando las ramas de los árboles, ni de paisajes que maravillan los ojos. Se pasma de que Sócrates recurra al vino, incomodándolo, haciéndole asistir a una danza arcana. Tras su ingesta, sucederá la resaca, que es un recordatorio de la imprudencia o un homenaje a ella, quién sabe. 

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