25.8.24

Miles Davis, murciélagos, tequila

  


A Marc Codell, lo prometido es deuda, dicen


Hay flores que solo se abren de noche y la lengua de un tipo de murciélago, Leptinoterix yerbabuenae, les extrae el polen y el néctar. Otro traga frutas enteras. En quince minutos las ha digerido y expulsado de modo que la semilla está lista para ser germinada. Comen con ansia y rivalizan con las abejas en la divulgación de la flora, lo cual los hace verdaderos embajadores de la felicidad vegetal y, añadidamente, nuestra. Extremadamente precisos, encuentran a esas flores a ciegas y cuidan de que su libación no las lastime. Ambas especies de mamíferos nocturnos y alados, aparte de regular las poblaciones de insectos, se encargan de repartir los dones de la vida por la extensión hambrienta del mundo. Una de las esas plantas tan golosas para el murciélago es el agave azul, Agave tequilana, en su rendición taxonómica, que muere tras florecer. También la cortejan insectos y colibríes. En la Mesoamérica de hace 9000 años ya era usada para producir azúcares, costumbre que decayó al imponerse la del cultivo de caña de azúcar por parte de los conquistadores españoles. Tenían también la costumbre de usar sus tallos en forma de hoja (pencas) para fabricar hilos para tejer costales, tapetes, redes de pesca, etc. Los agaves (cito la Wikipedia) "dan distintos tipos de bebida. La savia natural cuando se extrae es de sabor dulce y se le conoce con el nombre de agua miel", más tarde una antigua bebida ritual llamada pulque, una vez fermentada. El líquido ya destilado de esas golosinas se conoce como mezcal o tequila. La palabra agave refiere, en su etimología griega, algo noble o admirable. La impuso Carl Nillson Linnæus, latinizado Carlos Linneo, del que Rosseau decía no haber conocido hombre más grande en la tierra. Goethe escribió: "Con la excepción de Shakespeare y Spinoza, no conozco a nadie, entre los que ya no viven, que me haya influido más intensamente". El dramaturgo Strindberg, sueco también, dijo que "Linneo era en realidad un poeta que se convirtió en naturalista". Es héroe de Suecia, donde se le tiene como "El Plinio del Norte", "El Segundo Adán" y "El Príncipe de los Botánicos". 


Imagino que ninguna de estas curiosidades eran de interés para Miles Davis. Lo que adoraba era la ingesta de tequila. En su época de mayor dependencia de cualquier sustancia que lo inspirara, no sé sabrá si ese era el propósito buscado o uno sobrevenido o fingido, Miles no hacía ascos al alcohol devastador de un buen lingotazo de tequila joven, más ardoroso y práctico, o el no menos activo tequila reposado, mezclado y macerado durante un año en caras barricas de buen roble americano. El guitarrista Wes Montgomery le dedicó un admirable tributo en una pieza que huele a murciélago a poco que el que escucha se concentre lo suficiente. No sabemos tampoco el olor de estas criaturas de la noche. Devoran su peso en insectos cada vez que dejan los puentes bajo los que ocupan el día o los árboles generosos en ramas o las cuevas en las que remedan la natural oscuridad de su hábitat. La música que Miles hizo cuando dejó de ser el trompetista ortodoxo al que todo el ecosistema del jazz rendía pleitesía es extraña como un murciélago hocicando sobre una flor en el desierto de Sonora. Se encomendaba a dioses lisérgicos que hablaban en rap o en funk o en telúricas sílabas que él traducía pasmosamente. Lo malo es que pocos sabían seguirle. Chick Corea, Herbie Hancock o John McLaughlin se plegaron a escuchar al chamán. De ahí nació In a silent way y, más adelante, Bitches Brew, verdaderas joyas de la experimentación melódica. Miles ya no tocaba música, sino ritmo, dijo Percy Heath, un contrabajista de su banda. Se acostumbró a tocar de espaldas al público. El sonido era un mantra de percusiones abstrusas, su trompeta era un hilo conductor psicodélico o surrealista o apocalíptico o metafísico, tal vez todos esos adjetivos mancomunados en uno solo que ni él mismo supe nunca pronunciar. No eran palabras lo que Miles reproducía: se convirtió en un ser ágrafo y rudo, un animal ensimismado, un murciélago que duerme boca abajo para que las alas puedan izar el vuelo sin que ese esfuerzo cueste más de la cuenta. A Miles le bastaba una nota, la primera que se le ocurriera, cualquiera que irrumpiera, la menos predecible, la más vulgar, para que comenzara la liturgia de la música. Como el que bebe el primer trago de tequila y el sabor en la boca le hace también concebirse ave y atreverse, ebrio y feliz, a acometer la soberbia del vuelo. Se le puede ver todavía cuando se le escucha. Basta cerrar los ojos, no se precisa colgarse con la cabeza señalando el suelo. Un vecino que tuve y al que echo de menos me regaló una botella de tequila del bueno. Lo había comprado en Méjico. Te lo bebes cuando celebres algo, me dijo. Lo abriré una de estas noches en el patio de casa. Tendré a los amigos cerca, habrá música de Miles en ese altavoz pequeñito que suena como los ángeles cuando están un poco ebrios. Ahí brindaremos por todos los murciélagos del mundo. Algunos andarán por el cielo de Villafranca comiendo mosquitos. En verano, eso es de agradecer. 



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