Neil Young me lleva de la mano hacia la comparecencia de un milagro.
Neil Young es un ángel sordo del tamaño del estadio de los Yankees y tiene los ojos rotos por el mal que devasta las cosechas.
Sabe la historia de la semilla y susurra con infinita dulzura los cuentos de la carne,
Es de abrirse la piel para que penetre el tumulto del aire y todo el cuerpo sea un gran pulmón.
A Neil Young le duele el ruido que precede a las tormentas.
Neil Young ha estado en los caminos escuchando el lamento de la tierra, el gruñido de los hombres y la áspera noticia de que el mundo gira con desgana, pero él no ha perdido la fe y sigue manuscribiendo el salmo de América.
Lo grande, si se mira con detenimiento, es a veces pequeño.
Un granero puede confundirse con una catedral.
Neil Young es un sacerdote de una religión todavía no escrita.
Neil Young se bebe todos los árboles de Alabama.
Neil Young habla con Dios y le confía el extravío de su alma.
Dios, estoy perdido, me he sentado en la tumba de un hippie que conocí y hemos llorado juntos.
El amor es el humo después de una buena calada de maría.
Si no fuera por el cáñamo, mis amigos estarían aquí conmigo.
Si no fuera por la aguja.
Si no fuera por el verdor terrible de la luz cuando está solo y la sangre aúlla.
Si no fuera por todos esos poetas suicidas, por sus versos como himnos
en mitad de la noche del mundo.
Neil Young es un agujero negro sordo y hippie, una anomalía del continuo espacio-tiempo.
El agujero tiene la cara de Elvis.
Los dos intiman como si se conocieran desde el principio de los tiempos.
(Una línea se debe a José Badás Ramos)
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