Lo malo de la verdad es que acaba antes. Al mentir, la historia se alarga y permite que la verdad pueda aflorar en un momento u otro. La literatura de la verdad es más aburrida, cree uno que lo de basado en hechos reales disminuye la calidad de lo narrado. Da igual que la ficción esté en un peldaño más abajo o más arriba que la realidad o que sucesos acaecidos a pie de calle, de los que no provienen de las tramas novelísticas, en ocasiones sean apabullantes y mantengan la intriga que no ofrece la materia fabulada. Uno se pasa la vida amando cosas que no existen. Las de verdad están siempre a mano, no se van a dar a la fuga, se pueden canjear unas por otras, pero la ficción debe ser mimada, considerada el verdadero alimento del espíritu, observada con el apasionamiento de quien tiene ante sí al objeto amado y teme que un desliz o una contrariedad malogre ese estado idílico del alma. El que fabula no vive dos veces sino todas las veces, consecutivas y simultáneas, puras y corrompidas, felices y trágicas. Como un demiurgo entusiasta, como una deidad caprichosa, el que inventa cancela la cárcel de lo real y transita con furor novicio cada vez el sendero de la belleza y de la imaginación.
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