No sé cuántos libros he leído, nunca tuve la pretensión de contarlos. De lo que sí guardo un registro es de buena parte de las películas que he visto desde que a principios de los noventa comencé a consignarlas en cuadernos, anotando con pulcritud la fecha de visionado, el título y el director. Lamento no haber abierto ese censo desde la primera película de la que tuve conciencia, la primera que fuera verdaderamente deslumbrante y me animara a hacer escrutinio de cuantas vinieran después, la película fundacional, la madre de todas las que vinieron después. De todos esos libros leídos guardo recuerdo fiable de muchos. Si se nos pregunta, se nombran algunos, sin saber bien la razón que extrae unos y no otros, el porqué de la elección; si, por ejemplo, cito a Gil de Biedma y no a Goytisolo o a Faulkner (tan amado) o a Steinbeck (tan amado también). La mayoría de lo que leo sólo ocupa el tiempo en que son leídos, no permanecen adrede, pero irrumpen cuando alguna circunstancia externa me hace reclamarlos. Ahora sabría explicar cómo escribe Borges o incluso la trama de Funés, el memorioso o La casa de Asterión, pero hay detalles que se escapan, con lo que uno no puede contar. Lo peor que le puede pasar a un lector es que no recuerde la trama de uno de los libros que ha leído. También puede ser lo mejor, un motivo para el feliz regreso. Recordar y olvidar son, en este caso, piezas intercambiables, variaciones de un mismo juego. K. sostiene que hacemos bien en no registrar lo que no nos ha llenado. Tan sólo por volver a vivirlo con el entusiasmo de la primera vez, dice. Pasa lo mismo con la vida. Hay días que tienen un fulgor o tienen varios. Días que parecen muchos, aunque se concentren en el trayecto de uno solo. Tienes perfecta propiedad de lo que los llenó, sabrías ordenar los acontecimientos, podrías repetirlos con la certeza de que, si te esmeras, no diferirán lo más mínimo de los que pasaron y únicamente existen en tu memoria. La memoria es un casa grande, pero tiene inquilinos reaccionarios, la habitan criaturas extrañas, de las que se soliviantan a la primera y no se avienen a veces a una convivencia pacífica. En cuanto lo hacen, cuando razonan y prevalece el orden, la memoria es una casa grande y armónica, no un caos, me dice K. Este fin de semana leí a dentelladas, con absoluta fruición. La sensación, al acabar el día, fue la de haber aprovechado muchísimo el tiempo y, al tiempo, de haberlo perdido completamente. Desea uno ser varios, no uno sin extensión posible. Poder leer y ver cine y salir con los amigos y dormir sin freno y pasear las calles, pero todo juntamente, como si hubiese más de un yo disponible y pudiese manejarlos con soltura, sin que lo que haga uno afecte a lo que obra otro y, al final, todos compareciesen ante mí y me rindieran cuentas de lo que han hecho y yo lo registrara todo. Tengo que quedar con K. y charlar de todo esto.
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