Pat Metheny es al jazz como Beethoven a la clásica o Waters al blues. Ha cincelado una carrera primorosa, arriesgada, libre. Me gusta esa idea de libertad cuando pienso en su música. El atrevimiento es innato al jazz y Metheny está sobradamente capacitado para aventurarse en terrenos inesperados, en discos que privilegian, más que otra cosa, un amor absoluto a la creatividad. Da igual que se asocie con su grupo o que reclute músicos a los que admira o de los que se sirve para indagar en lo desconocido, en esa bendita e inagotable fuente de placer que es la música. Llevo escuchándolo desde hace treinta años. El primer disco suyo que desprecinté (era un vinilo, tenía un plástico hermoso y cuatro caras maravillosas) fue Travels, un doble en directo que contenía canciones que me abrían un mundo. Era el salto de la música predecible, maravillosa y asequible a la vez, a la música con capas, inagotable, que requiere una atención más honda y que, por lo general, depara un placer más hondo también. Qué gozo descubrir nuevos mundos. Estamos al tanto de los que conocemos y complace surcar mares ignotos y dar con tierras inéditas. Las de Metheny eran sobrecogedoramente adictivas.
Hay canciones que te dan paz. Algunas con absoluta dedicación al cometido que le encomendamos. Cuando me asalta la incertidumbre, si se me impregna todo el gris de la tristeza, tengo el bálsamo que hace que todo vuelva a regularse. Con James, una de esas piezas que concitan la armonía del espíritu, tengo la costumbre de buscar cuantas versiones puedo. Las de Metheny, en directo, en muchos conciertos, me fascinan, pero hay quien se envalentona y la acomete con infinito amor. Es una de esas canciones que saben a amor, a lo que quiera que el amor sea cuando proviene de una melodía y hace que sintamos un súbito estremecimiento. No hay vez que la escuche que no lo sienta, no habiendo sido, ni mucho menos, pocas esas veces. Como mi memoria todavía funciona con certero desparpajo, tengo idea de cuándo la escuché por primera vez. Están muy sobrevaloradas las primeras veces, pero le seguimos el juego a esa memoria novicia, un poco falsa o exagerada, muchas veces real y amada.
Una vez me dijo un amigo que James era la pieza asequible de Pat Metheny. Algunas, las ásperas, las hay, cuestan, hacen que haya un obstáculo para el oyente desavisado, pero James es una dulzura en todos los casos. He escuchado muchas versiones que respetan la original de Metheny y algunas que se alejan (eso es el jazz, distancia cuando hay que ponerla) y, en la lejanía, vuelven y la retoman, dándole brillo, haciendo que brinque. Perdonen, me estoy entusiasmando. Pensar en James es recordar a Mario Cuenca y Mario Flores. Dos Marios y dos maravillsas versiones con sus grupos. Gracias por ellas. A Metheny le encantarían.
Mario Cuenca / Croquette Quartet : https://www.facebook.com/760531041/videos/10158402032211042/
Mario Flores / Jazz en Rama: https://www.youtube.com/watch?v=sRmvtlVBsts
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