17.3.23

Ser un mapa




Rural highway, Cornell Capa, 1959, Magnum Photos


Uno viaja sin considerar el destino, cree que ninguno es válido, acepta que cualquiera lo es. Se tiene la idea romántica del viaje, la de probarse en otros paisajes, la de pensar el mundo a pie de campo, la de ser azarosamente otro. Al principio, cuando empezamos a construir la civilización tal como hoy la entendemos, la palabra viaje no tenía el sentido que hoy posee. Era sobrevivir, era capear la adversidad con la promesa de la distancia, que era, más que agasajo a los sentidos, impedimento, penuria. Los pueblos se desplazaban para medrar, anhelaban el bienestar que no les procuraba el lugar en donde nacieron. El progreso descubrió la idea de viajar, que algunos confunden con la de hacer turismo, aunque todos hayamos caído en su red y hayamos repetido lo que otros antes, hecho lo que los demás hicieron y, con seguridad, harán. 

A viajar se va a no saber, se pierde la compostura de la previsión, se le otorga carta de mando al asombro. Todo lo demás es el paisaje esperado, el que no fascina. Se han visto tantas cosas sin saber qué se estaba mirando. Se tienen los ojos cerrados, aunque creamos tenerlos abiertos de par en par, hasta expectantes. Lo más costoso de todo es educar la mirada, no concederle facilidades, ponerle las cosas difíciles. No hace falta que el viajero se pierda en la hondura, en el país profundo para viajar de verdad. Basta abrir los sentidos, concederles el rango que normalmente no se les permite. El problema es siempre ése: saber cómo mirar, saber después cómo disfrutar de lo mirado. Hay que abastecerse de incertidumbres. Lo otro, las certezas a las que inevitablemente propendemos, nos dan otros placeres, no dudo que maravillosos también, pero viajar es anhelar el horizonte, aceptar que no hay un plan de actividades: ir sin mapas, ser uno mismo el único mapa.  Eso debería ser, aunque sea otra cosa. También hay un viaje interior. No hace mucho paseé mi ciudad, la que conozco, en donde nací. No una caminata larga. Torcí sin voluntad una esquina cuando podía haber elegido la contraria. Dibujé un mapa invisible con mis pasos. Quizá haya dibujado, sin saberlo, un laberinto. No sabría recorrerlo de nuevo mañana, si terciara andar de nuevo. Me pareció que había estado fuera y también lejos. Viajar es un asunto que sucede dentro de la cabeza. Por eso leer es un viaje simulado. Por eso la literatura es un desplazamiento. La única distancia es interior. 

Tengo más ganas de viajar que nunca. Lo anhelo con la mesura del que sabe que será más celebrado cuanto más tarde en que sea verdad y hagamos las maletas con el corazón encogido por la emoción y las piernas instruidas en el oficio que ciegamente ejecutan. Yo creo que el mismo cuerpo se regocija cuando se le lleva a sitios que no conoce. El cansancio es su forma de agradecer que se le saque de la rutina. Antes de la pandemia, hicimos grandes viajes. No haber hecho ninguno similar hace que los recuerde apasionadamente. Creo poder narrar los itinerarios, pero no es cosa que vaya a interesar a nadie. Lo que a mí me agrada de los viajes ajenos es la sensación de que quienes fueron no son los mismos a los que han vuelto y nos hablan. Son nuestros amigos, les escuchamos como siempre, nos alegramos de sus alegrías, pero viajar los hace otros. 

En cierta ocasión, M.A. me contó que había ido a S. solo. Se había dado un garbeo por los barrios populares, por las tabernas y por las iglesias que amaba. A última hora de la tarde, antes de que cayera la noche, volvió a su pueblo. Cuando hablamos, dijo haber estado en el extranjero. Imagino que sería algo que yo mismo he vivido en alguna ocasión: sentirse libre, no tener nada que hacer y, al tiempo, poder hacerlo todo; también tener la certeza de que se está haciendo algo extraordinario, aunque tan sólo hayamos caminado cinco o seis horas, detenido en un café, entrado en una librería, admirado la arquitectura o mirado a la gente a la que no conocemos. Se va lejos cuando ves a una multitud y no reconoces ninguna cara. Tampoco ellos te ubican, saben quién eres. Cuanto menos saben, más sabes tú de ti mismo. Ese prodigio. El azar quiso que yo caminara el centro de Praga solo. De pronto sentí una zozobra maravillosa. También a veces concurre esa pequeña epifanía al pasear Córdoba o Lucena. Allí viví treinta años. La echo de menos, pero el mapa de sus calles está en mi cabeza. Yo soy ese mapa. Buen viernes. Yo haré un pequeño viaje hoy. Lo celebro desde que lo planeé. Como cuando niño me contaban con antelación que íbamos a algún lado y salíamos unos días de casa. 

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