1.3.23

100 canciones / 4 / Thunder Road, Bruce Springsteen, 1975


La carretera del trueno

Vi balancearse el vestido de Mary al cerrarse la puerta. Ella bailaba en el porche. Sonaba la radio. Era Roy Orbison cantándole a los solitarios. Estaré solo de nuevo si me rechazas. Estás asustada, estamos asustados, no seremos jóvenes nunca más. Te pido que tengas fe. Hay magia en la noche. No eres una belleza, pero eso no me importa, está bien, no pasa nada. Tampoco yo soy un héroe. Por más que ruegues, no vendrá nadie a salvarte. La rendición que ofrezco está bajo la capota de este sucio coche. El viento alborotará tu pelo. La noche se quebrará. Iremos a cualquier parte. Conduciremos toda la noche para alcanzar la tierra prometida. No me importan los hombres que rechazaste. Tenían fantasmas en sus ojos. Ahora puedes verlos vagar por carreteras de playa en Chevrolets quemados. Gritan tu nombre en vano, Mary. El coche está atrás. Te llevaré conmigo. Me llevarás contigo. El pelo al viento. Aquí solo hay perdedores y yo me largo de aquí para triunfar. 

Thunder Road / El río 

Podría haber sido sido alguna una de esas canciones viriles y melancólicas de Bruce Springsteen de náufragos en la ciudad y novias de dieciocho años en asientos traseros de Cadillacs prestados. El río, que siempre es de Heráclito, dejaba en las orillas su manso inventario de prodigios cotidianos, su temblor íntimo, su himno perfecto. A lo lejos parpadeaban las calles y Mary (siempre es ella) dijo que estaba embarazada. No hubo flores en la boda. Ni viaje a moteles junto al mar. Ni siquiera el novio llevó un buen traje, pero el río siempre vuelve, los llama, les invita a que aparquen el Cadillac (que era de segunda mano) y vean las estrellas de New Jersey por los cristales empañados de sudor y de promesas. 

Las turbulencias narrativas de Bruce Springsteen abrevan en la literatura de tradición oral y en el cancionero popular de la América profunda, en la periferia de las ciudades fabriles, pero su fino olfato como cantautor no hace ascos al vértigo urbano con las historias casi siempre tremendas de una juventud desnortada, que no vivió Vietnam y que, sin ser ajenos del todo, tampoco viven Irak.

Desearía recordar cuándo escuché Thunder road por primera vez. Probablemente no fuese ni parecido el tumulto que sentí al que acabo de notar cuando la he escuchado de nuevo hace unas horas. Hay canciones que no se avienen a la disciplina del cansancio. No se acaban, puedes saberlas de memoria, anticiparte a cada nota o a cada línea del texto, pero emocionan como si no tuvieses de ella noticia alguna. Hacen llorar como si nos dolieran por primera vez. Yo me echo a llorar cuando escucho esta versión de Springsteen en el Hammersmith de Londres en 1975. La canción acababa de salir. Ni el público la sabría todavía. 




(Live at the Hammersmith Odeon, London '75)

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