10.3.23

100 canciones / 10 / Livin' thing, Electric Light Orchestra, 1976



A Antonio Sánchez, cualquier día la cantaremos. 

Yo es que hoy oigo un violín y me enternezco. Cuando adquirí esa propiedad de la ternura debía tener también la de la fascinación y coincidió con mi adolescencia. Es fácil asombrarse en esa edad. Todo lo que sucede entonces se guarda como si de un tesoro antiguo se tratase. Se tiene la idea de que si nos desprendemos de él o incluso si le damos escaso aprecio algo de nosotros mismos también se desvanecerá. La memoria tiene un mecanismo sorprendente, no sabemos cómo organiza su material sensible. Livin' thing es uno de los tesoros más queridos de esos años. Continúa vigente, le doy las atenciones que merece y me surte con las mismas satisfacciones que en aquel tiempo me conformaron, me dieron la compostura emocional y estética que hoy, tantos años después, albergue por ahí adentro, alguna habrá, pero tengo una complacencia que enmarca y bruñe en oro puro el peso de la canción, no llega a cuatro minutos. Es la compañía incomparable de alguien que ama esta canción con el mismo entusiasmo que yo le profeso. Podríamos hasta dejar que algún aparato de tecnología sublime tase a quién de los dos le produce un contento mayor. Porque es alegría lo que Livin' thing procura, una alegría sencilla, que puja y se iza, que se ensancha y parece desmedidamente amenazar con reventar en algún lugar del aire o de nuestra cabeza. Jeff Lynne es un genio. Posee esa cosa única con la que uno reconoce a los genios: basta un leve sonido para que inmediatamente sepamos que él está detrás. El sonido ELO es abrumadoramente reconocible. Hicieron música maravillosa, crearon canciones eternas, fundaron una especie de cofradía de elegidos. Gente que ama el músculo del rock, gente que ama la opulencia de la clásica. Hay pocos compositores que hayan rubricado piezas de más inmediato agrado. Se pegan al oído, se incrustan en los recuerdos. Hay veces en que me sorprendo improvisándola, haciendo como que la canto. Es la alegría la que la saca, es esa sensación de armonía y de paz. Si se me pidiera que eligiera una canción perfecta, una sola que representara a todas las canciones perfectas que uno ha ido coleccionando en su memoria, es probable (tengo que medir mis palabras, tengo que amarrarme a la prudencia, no es un asunto baladí el de la perfección) que sea ésta. En cuanto mi amigo y yo volvamos a vernos, no queda mucho, la pondremos y hasta es posible que osadamente (achispados por los lúpulos y por la amistad infinita) la cantemos con la honestidad de la gratitud, con ánimo valeroso, insensatos y felices. Será verdad eso que dice la letra: navegaremos en la cresta de una ola.

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