Cuando no crees tener nada que alguien pueda desear se vive con absoluta tranquilidad. K. sostiene que darse es perderse. También que cuanto más se presta uno más vacío queda. Es de Rilke la idea, no suya: “Todo a lo que me entrego se hace rico y a mí me deja pobre”. Por otro lado está la sensación placentera de hacer lo adecuado, no lo deseable. De hacer todos lo correcto, qué otro mundo sería éste, pero hacemos (unos más que otros) lo que deseamos, lo que antojadizamente resuelve nuestro corazón, que va a la deriva y no razona. Siempre se lo ha dibujado así: un poco loco, un poco ciego. La realidad es el instrumento de la ficción o viceversa. El deseo es el interruptor de la felicidad. Alguien (en una consulta médica) me dijo ayer que vivía desconectado de la realidad, no la suya, la elegida, sino la circundante, la de los medios. Ese es la mecha que uno decide prender (o no prender). Esa idea es de Melville y su apático (no sólo apático) Bartleby. Casi no hay cosa que pensemos que no haya sido pensado antes, sentida antes, expresada antes. No sabría yo vivir sin darme, por cierto. Es la única manera de irse a la cama con el corazón (el loco, el ciego) aquietado, con esa mansedumbre del que se cree en el camino del orden, sea eso lo que sea. No siempre sucede, cómo podría ser que sucediera siempre. J., ayer, en el médico, lo tiene claro: se afirma, tiene edad y criterio (y experiencia) para saber ubicarse en el mundo y no querer ver lo que no se desea ver. Darle la espalda (en lo que uno escoge girarse) es una opción legítima, pero hay que tener bien amueblada la cabeza, se dice eso. O muy ciego y muy loco el corazón.
12.5.21
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