Kirsty Spalding, del Instituto Karolinska en Estocolmo, un biólogo molecular, ha descubierto que el cerebro humano fabrica diariamente 125 neuronas de nuevo cuño en una zona del hipocampo, que pesa solo seis gramos y alberga 22 millones más, dedicada a la memoria. Duele que algunas de las que todavía no se han extinguido y flotan en ese mar de recuerdos no funcionen como debieran. Al menos en mí, en lo que me afecta, no desempeñan su trabajo a satisfacción de quien las pasea a diario y quien confía en que no me abandonen antes de lo que uno buenamente sospecha. No es nada nuevo e irá (supongo) a más. Fallan las palabras, en ocasiones, pero también las imágenes. Fascina, sin embargo, que de pronto algo absolutamente sumergido, de lo que no poseíamos constancia alguna, emerja y luzca, en el oleaje de arriba, pletórico, sublime, enseñoreándose. Hoy el recuento de una serie de anécdotas de muy atrás, que alentaron otras que no eran las buscadas y, en mitad de ese rescate invisible, surgió la imagen de mi abuela en una playa, rodeada de felices nietos. La abuela Luisa era la irrupción de la alegría o la alegría en sí misma, hecha candidez y agrado y un amor a salvo de cualquier otra consideración que lo malease o redujese. Las neuronas perezosas, en su cortejar sin propósito a las convecinas, en ese humilde salto sináptico, dieron con la imagen no sacrificada, ni sometida al desquicio del olvido, y ahí pujó y armó con pasmosa eficacia la restitución de un recuerdo: la abuela dulce, los nietos juntos, la playa de la infancia.
5.5.21
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