30.5.21
Dietario 123
La luz de las tardes es de oro. Acuñar otro metal rebajaría el brillo que se expande como un eco. Hay veces en que no prestas atención y el oro te reclama, te pide que observes, hace que todo desaparezca y sólo haya ese declinar de la claridad que principia la irrupción morosa de la noche. Cuando amanece, en ese umbral entre lo que todavía no se ha ido y lo que todavía no ha aparecido, la luz no requiere ningún metal que la refrende, ni oro ni plata. La luz cuando amanece es de una timidez escandalosa, pero puja, adquiere vuelo y acaba por cegarte. Hay días en que la luz es un festejo tan absoluto que nada más importa. El milagro de la luz sucede a diario, pero no lo pensamos, no creemos que de verdad pueda asombrar. Lo que hemos visto las veces suficientes no nos perturba. Todo lo que creemos nuestro es a lo que menos aprecio le damos. Sólo es nuestro lo que perdimos o lo que olvidamos o lo que se acerca a nosotros y se insinúa, sin darse del todo. Como la luz en la novicia ocupación del aire.
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