25.7.24

La nieve en Lucena



No atino a encontrar razones, quizá la falta de tiempo o que no haya tenido quien me inicie, una mano precursora, un espíritu generoso, los suele haber en ocasiones, te abren puertas que en otro caso estarían cerradas o ni siquiera tendría forma de puerta, ni por asomo podríamos encontrarles la función de crasa y cabal puerta, pero hoy (tal vez mañana recule) no acaba de ponerme entrar en consideraciones sobre el tamaño que tendrá una supernova antes de que explote o la renovación del Poder Judicial o la marca de vaqueros que usa Karol G o la pertinencia de que me chiflen los helados con mayor base láctea pese a que tengan más azúcar y grasas saturadas o la salud financiera de las criptomonedas o el futuro de las energías renovables o la viabilidad de que en el futuro inmediato podamos prescindir de las monarquías o el hecho tangible de que la juventud de ahora se esté arrojando al abismo con alborozo en el alma y ciega fe en la caída. Sigo entusiasmado por asuntos que no despertarán el beneplácito de mucha de esa gente que se interesa por las supernovas, por los vaqueros de Karol G, por la inconveniencia de que no nos importe estar más gordos, por las criptomonedas, por las placas fotovoltaicas, por los reyes que adornan las revistas de papel cuché o por el mocerío que entra en trance sensorial cuando el reguetón extravía el sentido común de sus saltos sinápticos. Adoro las literaturas germánicas medievales, los prólogos de Borges, el Tubular Bells de Mike Oldfield, el nuevo libro de un amigo, el azul del cielo cuando los ojos se determinan a entender el azul del cielo, levantarme muy temprano, prepararme un café y escribir en el patio de mi casa sobre hoy me pone y sobre lo que no, ir esta tarde con mi hijo al cine, admirar el talento ajeno y agradecer que alguien que no conozco haya hecho por mí algo que a veces ni los más cercanos me procuran, leer hasta que me bailan las letras y tener que hacer descansar la cabeza. Va el verano comiendo de mi mano, lo tengo a raya, me duele sin embargo que haga su oficio con ese magisterio sublime,  aprecio que se interese en que no haya día en que algo prodigioso no me conmueva y concilie por la noche el bendito sueño sin haber comprendido algo que la noche anterior se escapa a mis alcances cortos, pero hoy echo de menos la nieve en Lucena. 

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