4.7.24

Nastulania

 



I

Se apresondaba mi tramulca a desmorder el zúmbulo cuando fresaba un górrido apresto de facuas. Era jundioso el calfio y el féciro tramolaba en el quiciante de la balnocada como una mustrenca trámpola de nimias. No crea el amable lector que mi corazón se desbocó en la cárcel de su pecho ni que huí, comido por la fiebre del miedo, empujado por la sangre de pronto amenazada. Lo que mi fresmor pedía a bartolda era una dárgola en mi jerima, una dárgola diligentil con la que afrumbar al monstruo que se ferraba frente a mí, despromicando, alamblando, abrumando carolos, alampimando funesta mágina con cada parpadeo de sus címbulos. He aquí a vuestro héroe accidental, al bueno de Lamulio Medro de Lora Mollar, al que jamás creísteis metido en una aventura con facuas y con himedusas, con voluntos de urgidia y con la terrible dármula de los grandes plintales. Así poder fabemar la lucadura del fresnadal en las copas de los tilios. Dejarse amansebrar por la umbría desalia de las claras rómidas. Ahí, en su estolio, en esa joconda de la pénsula, ensimismarme, desfallecer, tremamidarse con firmeza glonca. Amantar la traumaturgia con su dulce verbanza. Como quien abre una mansarda para enfrantizar un permio. Como el agua al famblar su ferosemida y adquirir la boga del cicladio. Es todo tan premaloso en la franja donde los ganzolas trenzan su mántula. En el trasinio, en su abrazo dóbrego, unos calamblos gimen al ver plañudir la falandia del aire, la soledad de las tinagros. No el fleston de la nieve, ni el roto hulgar de los berberantes. Solo un fulgor que les abra los ojos. La penduloria famalando la vigilia estúlida del aire. La virtud es ir precipitándose en el perclondo. Manfoldas ecloviando, ternéridos con su clamor de brondas hacia la mahandq pura. Es el tumuldio, es la ebria tenabria de un opagro que ocupa el treñir y lo hace candular. Los flejones desarden al brumel del aire. Tromban en su estor, pungen como lamias para que esplenda lo numinoso. 


II

El jabernicio me miró a los ojos. Soy el jabernicio, pindaro de mástula. El que te arrancará del jumpo ese corazón inoscado que turges. Frevarás, morfará tu boca espántulas de jirocidia hasta que, lustio, infidio, gritarás el fragoso nombre que jamás te concederé, oh tú, brandil sin corzal, oh tú, gran hijo del lendrómaco. Eso, oh amable lector, me dijo el jabernicio antes de que atravesara mi corazón con su lengua de clomadas y famodelios y cerrara los ojos y se me fugara, sin yo poder evitarlo, el alma al lugar en donde van las almas de los que, en vida, fueron malvados y ejercieron con esmero la blasfemia, la perfidia, la traición y la melindrad pura. 


III

Ahora soy un jabernicio de segunda generación al modo en que los vampiros convierten en vampiros a quienes jaspan porque el jabernicio es de jaspar, de destorbar a los járulos, de famidar a los morfos y chamoscar sin trenda a los blástulos. Ese soy, en eso me convertí cuando el jabernicio me miró a los ojos y recitó el poema de mi jocaramago. Ahora vago por las calles sin que los otros perciban mi monstruosidad, pero busco con precisión mis víctimas y las abordo en callejones oscuros y las miro a los ojos y les recito el salmo del jabernicio: Soy el jabernicio, pindaro de mástula. El que te arrancará del jumpo ese corazón inoscado que tienes. Frevarás, morfará tu boca espántulas de jirocidia hasta que, lustio, infidio, gritarás el ferodio que jamás te concederé, oh tú, brandil sin corzal.

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