1.7.24

Un camión se llama Kafka


 Hay quien lleva la señal de la adversidad cosida a la sangre, quien no podrá eludir lo que el azar le tiene reservado, aunque se zafe a veces y crea haber evitado el roto. Hay desgracias que aguardan con desprendida paciencia. Si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos, se suele cantar. Todo obedece a un designio invisible, pero inexorable. Todo acude con solemne puntualidad. También la dicha acudirá, ella con más reticencia, dirá el ocupado en penas, el que se cree maldecido y ya ni se preocupa por lo que el infortunio le reserve. Será entonces posible que no veamos en la carretera un camión con la palabra Kafka en su chapa o que ni siquiera el quejumbroso Kafka nos abata y duela al aventurarnos en su oleaje de penumbra y caos. Buscaremos (no será preciso buscarlo) un camión que nos sostenga en la alegría y haga que hasta el aire ría y nos haga reír. Un camión que no nos abata ni duela. A ese infortunio hay que sobrepasarlo, no contar con que algo nuestro lo haya conjurado a perseguirnos. Cuenta el ánimo con la indiferencia, con la desobediencia incluso, con no hacer aprecio a su reclamo y llegar a casa y sentir que nos esperaba. 

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