15.7.24

Hay tribus ocultas cerca del río

 


Caerá el sol a plomo, sin un atisbo de piedad. Arderá la calle como si debajo pujara a conciencia el infierno mismo y todos los demonios del inframundo hablaran con sus lenguas de fuego. No habrá apenas transeúntes y los que fatigosamente se aventuren apremiarán el paso y buscarán la sombra propicia en el camino de vuelta a casa. El sol en el sur es un yunque en el aire. Regresar a casa para convencerse uno de que más valdría no haber salido. Entonces concederle al cuerpo un agasajo sencillo para que se resarza del castigo que se le impuso, convidarlo a la pereza, arrimarle el frescor que se encuentre, manumitirlo de la tiranía del sudor, pero el sopor está avanzando con codicia. Se está envalentonando. No es el placer lo que deseo, sino la certidumbre cartesiana de su expectativa. No es la reconfortante ducha, sino su promesa. No es la cerveza casi congelada, sino la seguridad de que está en el frigorífico y es más mía cuanto más pienso en ella. Esa sencilla presunción de que cualquier contratiempo podrá ser subsanado. A la realidad (tan determinada a contrariarnos a veces) se la puede vencer si no se piensa en ella. Todo queda en el pensar pesimista de las cosas. Hoy no hará calor, no será de zinc caliente el cielo, ni los pájaros volarán con el quebranto en el desparpajo lento de sus alas. 

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