Leer es un camino de ida y vuelta. Como la vida. Leemos para aligerar el trajín de la realidad o para acrecentarlo, según convenga, a expensas del estado de ánimo que nos ocupe. Saber que tienes libros a los que acudir para cada tumulto del alma es, en esencia, un salvoconducto hacia la felicidad, que nunca llega, pero está más a mano con los libros. En ocasiones, cuando entro en la biblioteca de casa, comprendo que mi vida es un festejo. También irrumpe esa epifanía cuando entro en una librería o en una biblioteca. Somos viajeros de curiosidades, como escribió el grandísimo Rafael Pérez Estrada. Vamos de un confín a otro de nosotros mismos. Visitamos parajes que, por más que nos pertenezcan, quedan excluidos de algún acta de propiedad. También uno es una biblioteca. Los libros nos conforman, nos componen, hacen que tengamos en ellos órganos periféricos, corazones disponibles ajenos al corazón principal, pulmones que dan un suplemento de aire al que ya aspiramos. Ojalá también cordura más allá de la cordura prevista.
Leer es un acto de riesgo, también es cierto. Algunos leen mal y creen acertados sus desquicios. Gente que se satisface con una visión de las cosas, sin contrastar, ni pretender la modesta operación de poner en duda sus pesquisas y, caso de que no prosperen, eliminarlas. Hay quien no sale de esa estancia feliz en sus conclusiones: leen los periódicos que van a confirmar sus teorías y se rodean de quienes van a aplaudir sus argumentos. Un poco como todos, claro está, pero a veces hay más énfasis del debido, una especie de devoción ciega a una causa inalterable. Como una religión sin fe, como una habitación que palpamos a oscuras. Leer es traducir lo que otros pensaron, entablar un diálogo con alguien a quien nunca veremos. Decir es un festejo, pero la lectura permite un diálogo fastuoso e infinito. Hay conversaciones que he entablado con Borges o con Machado o con Cernuda que únicamente podrían haber ocurrido en las páginas de un libro. Yo estoy ahora hablando contigo. Eres tú con quien converso. Quien escribe no está solo. Al final, cuando todos los argumentos han sido contados, es ése el que prevalece.
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