En el imaginario colectivo se instalan percepciones que luego cuesta quitar. Tenemos la idea de que la política es el lugar natural de la corrupción o de que importa más quién baje a segunda división que una guerra feudal en Nigeria con cien muertos o de que lo árabe es por naturaleza sospechoso o de que lo que no sale en las redes sociales no existe. Se tienen esas percepciones (la política, el fútbol, lo extranjero, internet) y no interesa que se extirpen. Yo creo que se cuece más negocio si están que en su ausencia. Todo se observa con la lupa de las finanzas. Si hace que la caja suba, es válido. La misma forma en que se organiza la cultura evidencia esta aberración de la que hablo. La percepción de que la cultura es lo único que nos salvará no está instalada en el imaginario colectivo, en el pueblo llano, en las calles de los barrios y en las salas de estar de las casas. Creemos (porque así nos fuerzan a creer, porque es más sencillo o porque requiere un esfuerzo menor) que basta con que nos entretengan. Se programan actividades lúdicas, de funambulismo, de pandereta, de circo, de fútbol o de copla para que el pueblo no eche en falta a los poetas o a los filósofos. El pensar no está de moda: está el producir. Quizá convendría (no sé, no sabe uno mucho de casi nada) que se montara una manera de conciliar la cultura con el entretenimiento. Hacer que los libros o el cine o los discos tengan un iva reducido. Hacer que la televisión retire la bazofia que acostumbra (unos canales más que otro, alguno de forma escandalosa) o que la emita en horarios tardíos (muy tardíos, a las tres de la madrugada, por ejemplo). Hacer que los políticos caigan en la cuenta de que en campaña electoral nunca hacen mención a la cultura. Hacer que la escuela sea el corazón de toda la maquinaria de la sociedad. Hacer que la idea pública del maestro sea todo lo honorable que ahora no es. En los años que llevo trabajando en el oficio (va para treinta) es ahora cuando más en declive está esa percepción primaria, la de la escuela, la de los que entramos a diario a trabajar en ella. Lo malo de las percepciones es que luego cuesta quitarle del cuerpo al que se acoplan. La cultura más visible en los medios de comunicación la de Saber y Ganar, en la 2, a eso de las cuatro. No me creo que una feria del libro a rebosar sea un marcador de que se lee más. Se está allí como se podría estar en otro sitio. Leer, se lee poco. Esa es otra percepción bastarda, la de los libros. Los países con mejores bibliotecas son los más avanzados. No los que tienen más banda ancha, ni los que poseen una renta per cápita más alta. De verdad que todo pasa por aprender a leer. No leer de un modo fluido o comprensible. Leer de verdad, leer con apasionamiento, leer como si no hubiese otra cosa mejor que hacer. Eso no está en el ideario patrio. No lo ha estado nunca, no tiene pinta de que vaya a estarlo. Que un país tenga una sanidad y una educación espléndida hace que prospere. Habrá otras consideraciones fundamentales, las hay de un modo irrebatible, pero si respetamos la cultura, todo lo demás vendrá por añadidura. Es ella la que hace que germine el deseo de progreso.
La cultura nunca es cara. Al final, siempre sale a cuenta. Se aprovecha hasta la última moneda que usaste en su adquisición. Incluso es barata, me atrevería a decir. A veces, cuando todo ensambla y hay decisiones felices de la parte de la autoridad, la cultura es gratis. No, no es cara, nunca es cara. Hay discos de Britten o de Duke Ellington despachados en diez euros. En un mercadillo de la periferia un hombre ofrecía películas a euro. Todas pulcramente precintadas. Había decenas de obras irrelevantes y decenas de obras maestras absolutas (Fritz Lang, Juan Antonio Bardem, William Wyler, que recuerde). El otro día vi también una caja de tres compactos de Bill Evans en Paris. Doce euros en una conocida gran superficie. Barato. Sale a 4 euros por compacto. Si cada disco tiene unos cuarenta minutos - las piezas de Evans son largas, vienen a ser cinco o seis cortes por álbum - el minuto de Evans está barato de verdad. Hagan ustedes la división. No sé a cuánto sale el minuto de Javier Marías de Así empezó lo malo, que no es tan voluminosa como El señor de los anillos, pero no es endeble en páginas. El no saber me hace conducir el argumento con ingenuidad, pero no viene mal: sale barata la ingenuidad, el desafecto por los quebrantos, esta apetencia por mirar el lado brillante de la vida, no el gris, ni el depreciado. Si a la cultura le ponemos un balance de cuentas sale cara, por supuesto. El cine es caro. Quizá sea el minuto en el que más apoquinas. Una película de 120 minutos, que es una duración generosa, puede salir a euro cada quince minutos. En ese plan contable, una película de 80 minutos encarece el minuto dolorosamente. Más caro sale no pagar ese minuto, no ver cómo corre George Kaplan por un maizal o cómo Travis Bickle, el taxista más desquiciado del cine, le habla al espejo y nos acongoja seriamente o cómo Joe Cocker le pide ayuda a sus amigos o cómo Charlie Parker busca pájaros en el techo de una habitación de hotel o cómo Roy Batty con una paloma en la mano explica lo que ha visto y lo que se perderá cuando cierre los ojos y se pierda el escrutinio de la memoria como lágrimas en la lluvia o cómo Atticus Finch hace que la bondad y la justicia nos parezcan tesoros en nuestras manos o cómo Darth Vader le confiesa a Luke Skywalker la paternidad que había ocultado o cómo George Bailey es salvado por un ángel o cómo Hal 9000 nos hace pensar en Dios metido en las tripas de una máquina o cómo Lolita Haze (se dice Lo-li-ta) enciende la luz de la perversión en la cabeza de Humbert Humbert o cómo Harry Powell se tatúa el amor y el odio en los dedos o cómo Louis Armstrong y Ella Fitzgerald ven marchar los santos por los algodonales o cómo Borges encuentra el paraíso bajo la especie de una biblioteca o cómo Sam la toca de nuevo o cómo Rufus T. Firefly seduce a las damas de la alta sociedad en los bailes de salón o cómo Vito Corleone exige respeto en una habitación oscura mientras una boda esconde el mal absoluto o cómo Freddie Mercury llama a Galileo en la parte operativa de la Rapsodia Bohemia o cómo Lorca busca querubines de plata bajo el cielo de Harlem. Britten no es caro a diez euros. No es caro en absoluto. Es una ganga. Tienes réquiem hasta que te duela el alma. No hay dinero en el mundo que pague la belleza y la inteligencia del arte. Son caras otras cosas, es caro no poder pagar el placer que proporciona atiborrarnos de cultura, sentir que estamos abastecidos. En estos tiempos precarios y grises, la cultura es un desahogo, un alivio, un consuelo, un refugio. Volvemos al argumento antiguo de pagar por las cosas buenas de la vida, pero es un asunto que no era el que animó este hilo. Lo malo es que pagues y no te guste Britten.
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