La penuria es la hambruna del alma. Se la hiere con poco, de sensibles que somos, pero a veces basta incluso una desazón leve, un arrimo pequeño de fatalidad para que hagamos una abdicación breve. La justa para tomar aire (y cuál conviene) y no emponzoñarnos más de la cuenta. Menos tórrido que ayer, el día barrunta por lo bajo sus obligaciones y en ellas, en su rutina, adquirimos un brío nuevo. La luz nos cuenta que el trayecto es siempre nuevo también. Días para recomenzar algo que abandonamos o para afinar lo empezado y no cerrado. Hoy no veré las noticias. Me permito esa clausura. Una pequeña cobardía, habiendo tanto desquicio ahí afuera.
17.8.21
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