A Mari Carmen Ruiz, ella sabe
Igual que en ocasiones para escribir un buen cuento sólo necesitas una frase memorable, uno de esos comienzos perfectos que reclutan de inmediato el asombro o la felicidad de quien lee, los días precisan también su reclamo fantástico, el punto desde donde levantarlos, ese pequeño prodigio que el azar nos confía y sobre el que en ocasiones hace que el mundo gire. Días encomendados a la alegría, días sin ningún inconveniente apreciable, días ganados al descuido o al fervor, días de barro amable en los que no hay compromiso que la realidad te exija, ni recado al que acudir con perseverante entrega. He ahí el fulgor de la pereza: en ese esplendor imprevisto (no salir de casa, no tener oficio distinto que el improvisado o el elegido en intimidad con uno mismo) surge a veces la elocuencia del tiempo, en su boscosa imprevisibilidad se adhiere al alma lo anhelado y lo de verdad preciso. Luego vendrán los dias sin cuartel ni residencia fiable, los que presagian un cansancio dulce también, útil, aunque sólo sea para regresar a casa y ser hospitalario con uno mismo.
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