Estuvo ya desabrida y fea la tarde incluso antes de que arreciara la lluvia, no muy insistente, y luego cerrara el cielo en tormenta, tampoco tenaz, pero aún así, de vuelta los dos a casa, apurando el paso por si definitivamente cayese un diluvio, sentí nuevas las calles. Lo fueron de un modo ostentoso. Escribo ahora para que esa elocuencia repentina no se me olvide, pero tampoco registrarla hará que regrese.
Tener una virtud es una desavenencia con uno mismo. Por más que nos haga mejores personas no contribuye a que seamos más felices. Es atributo suyo cierta abundancia en el alma, pero no arrima festejos al cuerpo.
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