Contra la voluntad de perdurar está la de no contener deseo alguno de que nada se alargue más de lo preciso. He leído mucha poesía que abraza estas dos ideas. La poesía feliz de Angel Crespo, feliz en un sentido poético, por supuesto. La deprimida, encerrada en la idea de no trascender, que hizo Luis Cernuda en su etapa posterior a la Guerra Civil Española. Fuera de la poesía, he encontrado gente que anhela pasar desapercibida y otros que, a poco que se les incita, hacen valer su firme convicción de que han venido a este mundo para hacerse oír y dejar huella. Gente rotunda cuando manifiesta su voluntad exhibicionista, hecha a ser observada o juzgada o rechazada o admirada. También la otra, la que hace las cosas sin que se detecte el orgullo que les produce hacerlas bien y advertir que los demás lo saben. Imagino que de todos se puede extraer una enseñanza. Se aprende a diario, se enseña a diario. No sabemos a quiénes les damos algo o los que nos lo dan. Apreciar entonces con mayor placer la posibilidad de no ser visto. Hay días de una mansedumbre muy tierna. Ves lo que te rodea como si no te incumbiera, aunque actúes y te ofrezcas y todo parezca igual que siempre. Como el principio de incertidumbre de Heisenberg que le gustaba tanto a una amiga mía. Todo lo que tocamos se corrompe o se ennoblece. Depende de qué mirada apliquemos. Ni siquiera es algo en lo que intervenga la voluntad. Lo arruinamos o lo embellecemos como si nos guiara la mano el azar. No tengo tiempo para escribir como querría de todas estas cosas. Dejo notas, fragmentos, líneas a las que volver. Escribo a saltos. Dejo notas. Escaramuzas. A veces querría estar todo el día ocupado en escribir; otras, por más que me agrade, miro con interés la posibilidad de dedicar el tiempo a otras cosas a las que desatiendo. No se puede estar en dos sitios a la vez. Yo, en ocasiones, ni en uno solo. Seguimos aprendiendo.
24.3.21
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