No atino a encontrar razones, quizá la falta de tiempo o tal vez no haya tenido quién me inicie, una mano inductora, un espíritu generoso, suele haberlos en ocasiones. Ellos te llevan de la mano, te abren puertas que en otro caso estarían cerradas o ni siquiera tendría forma de puerta, ni por asomo podríamos encontrarles la función de crasa y cabal puerta, pero no acaba de entrarme la mecánica cuántica y la fascinación inicial no avanza ni se posee herramienta que la inicie y luego afine.
Buenos días, bendito Gustav Mahler, hoy todos los pájaros pronuncian con alborozo tu nombre. Los más inspirados tremolan sus alas y piden al dios secreto de los árboles frondosos y del cielo más azul que los manumita de la muerte y les permita escuchar tu sinfonía. Un corazón de pájaro es un celebración de la música del cosmos.
Visto lo suficientemente cerca, el amor es un desvarío, un acceso de fe en el dios pequeñito que el objeto amado lleva dentro. Descreer es cuestión de tiempo. Seguir creyendo, mantener el alma firme en la fe, es cosa de alucinados. El amor es el texto del optimista, el sendero por donde mueren los que no están perdidos por dentro. La noche es donde los amantes arden. Lo hacen porque amar es un oficio de tinieblas, un caballo cabalgando un páramo sin saber dónde pisa ni de qué huye.
Duele la fe, duele la luz, duele saber, por eso la incertidumbre, por eso la derecha del padre.
El profeta Hababuc no tuvo ninguna amante caldea, pero habrá quien lo pondrá en duda.
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