Fotografía: Wayne Miller
Una de las satisfacciones mayores que pueda dar trabajar con niños es verlos sonreír, hacer que su niñez carezca de las pesadumbres que la vida adulta suele traer. También uno se enniñece, permitidme la acuñación. Hoy me he despedido de mis alumnos. Han sido dos años de duro trabajo, y feliz también, y lleno de sonrisas y de risas. Al final, todo queda resumido en esta fotografía que me sigue pareciendo inspiradora. Si quienes enseñamos logramos hacer que rían, hemos ganado un trecho grande. Todo lo demás (la instrucción, las normas, el trabajo, el sacrificio, la responsabilidad) vendrán por añadidura. Pero hay que intentar hacer que no dejen de ser niños y se comporten como niños. Esta mañana les dije adiós con la sonrisa puesta. No se me ha ido en todo el día. Lo mejor de este trabajo nuestro son ellos. Se les podría decir que los agradecidos somos nosotros, los maestros. No somos adultos completos nunca. Ellos nos traen de nuevo el niño que fuimos. Y sonreímos con limpio desempeño, y reímos cuando lo que importa de verdad (lo único a veces) es echarnos unas risas.

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