El dulce delirio que en tromba acude y con galante arrobo reclama que se le atienda y sublime se desvanece más tarde como rocío en el aire, como blonda de agua en invisible fulgor. Tañe la tímida lira su cortejo armonioso y atrae el vértigo del cosmos, fronda del tiempo, vasto dominio de la luz. Somos levedad sin interrupción, somos el vano destello de un incendio sin propósito, dijo K. en un sueño que tuve anoche. Para no perder el dictado de esa epifanía brumosa, concernido a transcribir cada sílaba, impelido el ánimo a la suma de ese prodigio, me desperté en un estado de entusiasmo métrico, pero no supe dar con las cesuras y los ritmos. Hoy, al contárselo, me confesó K. que fui yo quien le visitó y pronunció las frases. Pero no fue una lira la que era pulsada, sino un laúd, confesó. Ni hubo incendio declarado. Tal vez esta noche pueda recomponer las líneas y aclarar la confusión. Ya estoy deseando conciliar el sueño.
19.6.25
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