1.6.25

El cómplice / Borges II

 



Era el peso del mundo, que no fue amor, sino desgracia y penumbra. También la perseverancia del dolor, que no pudo menoscabar la alegría, el júbilo más tarde, la certeza de que todo cobraba un sentido y era posible la dicha absoluta. Esa sensación, la de ser parte de todo, la de saberse cruz y clavo, cicuta, mentira, infierno, dura poco, no se la puede mantener a flote sin interrupción. Se desvanece la epifanía de la conmiseración. El agua, que no será nunca agua, la malogra; el aire, que a ratos es verdaderamente aire, no permanece. Pero el poeta es cada hombre, todos los que han sentido la ocupación de la dicha y han ocupado el corazón con la sangre de los demás, que no será casi nunca sangre y nadie sabrá qué cosa será y para qué motivo. No es de la poesía de lo que se ha venido aquí a hablar, sino del poeta, el que registra el cómputo de las metáforas, el que ignoras las palabras de los prodigios, aunque los nombre y salve del olvido. 

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