10.6.25

Kong nuevamente (nuevamente) liberado


Kong ha querido renunciar a ser Kong, pero no le ha sido posible. Ha dicho yo no quiero ser Kong, ha dicho al final siempre soy el que inspira lástima. Mucho de lo que ha dicho ni lo hemos escuchado. De mucho verlo, de saber de él, hemos perdido el interés en verlo más, en saber más. Ya no es el monstruo, ha perdido el don de la maldad. Se acerca a cualquiera, pone su planta intimidatoria en cualquier risco. Improvisa en hombros, en cabezas alopécicas, en baldas juntos a libros de Mann y de Flaubert. Más que nada, desea ser nuevamente la criatura de Isla Calavera, el tótem, el Rey Kong, el dios de los pueblos indígenas. Lo que quiere en el fondo de su corazón de treinta y seis kilos es dar miedo, amedrentar. Cuanto más, mejor. Hacer que quien le mire entre en pánico o entre en donde quiera que se crea a salvo y no vuelva a salir jamás. Pensar que estuvo en Praga, en Cracovia, en Budapest, en Jerez, pero basta mirarlo en detalle. A pesar del gesto aguerrido, el de oye, soy capaz de abrirte en canal, Kong está últimamente de un angelical sobrecogedor. Si pudiéramos escuchar lo que dice, pues no se dude que dice, nos acongojaríamos. Pobre monstruo, con lo que fue. Y ella, mi amiga Auxi, se deja. Sabe que no la criatura no urdirá mezquindades. Ahí no acudirán los aviones. No le derribarán. A lo sumo, si la que lo sostiene, anda sin esmero, caerá, se estampará contra el suelo. Si nadie lo recoge, estará ahí para siempre. Kong horizontal, derribado, Blackhawk inútil en tiempos de guerra. Auxy le mimará: mira, nene, aquí tu casa, mi hombro tu casa. Cuando caigas, te recogeré. Daré tu cuerpo vencido a tu dueño. él sabrá guardarte hasta que viaje a Leningrado o a Kuala Lumpur. Ahí rugirás otra vez. Serás el rey de nuevo. 
 

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