12.6.25

Trufas

 



Parece ser que vez Igor Stravinski exclamó "Dios mío, me gusta tanto beber whisky que a veces creo que mi nombre es Igor Stra-whisky". Solía llevar una petaca con su Ballantine´s favorito de 30 años, del que tomaría tragos regulares. En la mala época, buena sería para muchos, la de la Ley Seca, el compositor ruso acostumbró a llevar en algún bolsillo un pequeño termo, de los usados para mantener caliente el café, pero sin café. Un médico de Los Ángeles una vez le aconsejó "Bebe mucho whisky, es lo mejor", una recomendación que siguió con gusto y que referiría con aprendida soltura en las fiestas de entonces. Lo usó como paliativo para malas críticas e incluso para lavar su medicación. El cuerpo pide que se le asee. Si se ve perjudicado por sustancias contraproducentes, gime. Si no se le asiste con ellas, gime. ¿No se le oye gemir? ¿No hay un ruido ahí adentro que es como un lamento? Contrariamente a la sensatez, el cuerpo requiere venenos para que sepa de su fugacidad. Habrá que saber cómo administrarlos. Tener arrestos para censurarlos cuando hieran, si lo hacen. No se tiene certera idea de que de verdad sea el cuerpo el que se lastime. Será la cabeza, el espíritu, el corazón. Me imagino al pobre Igor, venido a menos, contrariado por la incapacidad de su cuerpo para manejarse cuando se le exige en demasía. La criatura de fuego no era mitad ave, mitad mujer. No podría construirse una historia al gusto de Stravinski con esos mimbres folclóricos. No volará cuando el príncipe del cuento lo reclame para poder salvar a su princesa. No vencerá a los monstruos. No habrá un ballet que grácilmente haga las delicias de la platea en los mejores palacios del mundo. Ninguna de esas extraordinarias circunstancias ayudarán a que la historia prospere y haga residencia en el asombro de nuestro corazoncito. El pájaro de fuego era el whisky. No dejen que les cuenten otra versión. Por fuerza, será meliflua, infantil, falsa. Fue él el que dijo que hay que escuchar, no oír. "Un pato también oye", sostuvo ante quienes no entendían. Beber es un arte, podría haber añadido. Hay mucha gente que lo hace, pero no todos saben el motivo. Dijo también no envanecerse por el don que había recibido: el de la música. Era Dios el que se lo había entregado. Probablemente no supo nunca cómo pagarle ese regalo. A lo sumo, tal vez se embraveciera al aplicarse una buena ingesta de alcohol. No habría compuesto ninguna de mis piezas si mi sangre no hubiese estado embarrada de alcohol, podría haber dicho. Creo que lo dijo. Habrá algún abrevadero de citas en la que existan las que ahora yo creo estar inventando. Mi cabeza no sabrá si las recuerda y, en efecto, fueron pronunciadas o, menos generosamente, han sido urdidas por mi infinito amor a la especulación. Él se limitaría a olisquear y contar lo olido. "Uno tiene nariz. La nariz huele y elige. Un artista es simplemente una especie de cerdo que olisquea trufas". De cualquier manera, qué bien nos hizo. Cómo agradecemos que se pusiera hasta el mismo culo con su Ballantine´s 30 años. Debía ser ese específicamente, no cualquier otro. Él sabía a qué trufa arrimarse. Ayer pasé buena parte de la buena tarde con el buen Igor. Fui de La consagración de la primavera al ya traído El pájaro de fuego. No me serví ningún whisky. Lo haré en breve. Por Stravinski. Por ponerme a su altura. Debió componer toda esa música incomparable por la dulce coyunda de todos esos elixires. Debemos agradecer que eligiera una buena petaca


No hay comentarios:

Un amor supremo

  Bono (U2): "Estaba en lo alto del Grand Hotel de Chicago [de gira en 1987] escuchando A Love Supreme y aprendiendo la lección de toda...