La fatalidad hace que se descarríen vidas ejemplares, pero quién querría una.
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A mi corazón lo malogra la mala literatura.
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Cómo me divierto en la malandanza.
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Adolescente y espléndido, el ángel tañe mi lengua, el ángel turba mi lengua, el ángel festeja mi lengua.
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El aire tiene su arquitectura, su gesto de huérfano.
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Lo peor es acabar descubriendo que hemos gastado los años y que todavía nadie nos haya dicho qué bien planchada llevas el alma. Al alma no hay quien la entienda. Hay que echarla a los perros. Que se la coman entera.
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