Ojalá no hubiese leído La isla del tesoro de Stevenson, escuchado Kind of blue de Miles Davis o visto Perdición de Billy Wilder y pudiera tener a alguien que, sabiendo de ellas, me las recomendase con fervor, como el que le va la vida en que accedas y dediques una parte de tu tiempo para que esa deuda con la belleza o con la inteligencia o con el amor se saldasen. Lo malo de haber leído, escuchado y visto esas tres obras mayores es que no podrás sentir la fascinación novicia, la que te encandiló y ocupó ya para siempre (con lo difícil que es eso) un lugar ahí adentro, donde quiera que las cosas hermosas, inteligentes o amorosas se afincan y permanecen. El hecho de contar a los demás todas esas cosas que nos deslumbraron obedece a un mandato interior del que a veces no es posible sustraerse. Necesitas contar que hay un documental sobre The Beatles que dirige Peter Jackson y ponen en Disney Plus y decir que te lo enchufaste entero y te acostaste a las tantas con una sensación de plenitud que no poseerías, no al menos la misma, si no hubieses tenido a alguien cercano que te inclinó a que le concedieras unas horas de tu vida. De acuerdo que hay que ser selectivo, pero ésas fueron perfectas. También fueron estupendas horas las dedicadas a un libro de Gustavo Martín Garzo llamado Elogio de la fragilidad, que es tan bueno que al acabarlo, movido por un resorte desconocido, volví a abrirlo por el principio. Hay discos que pones en bucle, como si no hubiese más a los que acogerse. Hay películas. Hay libros. Se puede inferir que hay personas que siempre te hacen desear que no se acaben nunca. Lo malo de haberlas conocido o tratado o amado es que no podrás sentir ese deslumbramiento bautismal, pero deja de tener importancia el protocolo de cuándo fue o de cómo sucedió y lo que de verdad se prestigia es que están a tu lado y te confortan y te hacen ser mejor persona. Creo que los buenos libros, los buenos discos, las buenas películas y las buenas personas consiguen precisamente eso: hacer a quien se deja cortejar por su presencia alguien más bueno. No sé bien qué es la bondad, pero no me imagino que tenga dentro nada que haga recelar de ella. Soy afortunado por tanto.
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